viernes, 10 de mayo de 2013

Una Iglesia que nos castra....


Una Iglesia que nos castra...

Fue uno de los momentos más emocionantes de mi vida. Tras haber superado el mal rato de pasar por el confesionario (no sabía qué pecados decir, me inventé un par de cosas, por lo que pequé por liberarme), me entregué a la Iglesia Católica con la mayor de las alegrías. Tenía 10 años. Vestía de blanco y, con una sencilla cruz de madera sobre el pecho, hacía mi primera comunión en la capilla del Colegio del Apostolado.

Hice mi entrada al seno de la Iglesia con total convencimiento y abnegación. Era muy niña, sí, pero la felicidad que me embargaba era tal que estaba totalmente convencida de que llegaba al lugar en el que mi espíritu necesitaba estar. La paz que me daba la capilla, el descanso de la comunión, lo que reconfortaban las oraciones a Dios... nunca había sentido nada tan especial.

En aquellos días me parecía imposible pensar en que mi relación con la Iglesia cambiaría. La Iglesia para mí era sinónimo de Dios porque, al ser su instrumento, me llevaba a estar más cerca él. ¿Cómo imaginar que, con los años, la vida me enseñaría algo distinto? Era imposible.

Tal vez había olvidado demasiado pronto mi primera decepción, cuando casi me echan del colegio a los 9 años porque en clases de Religión pregunté por qué, si Dios era tan bueno, había niños pobres muriéndose de hambre.

No fue hasta la adolescencia que comencé a plantearme unas cuantas cosas. No dudaba de Dios, lo mantenía al margen, pero me parecía inaudito ver las noticias del Vaticano y descubrir cómo vivían sus obispos: en ese mundo no se respeta el voto de pobreza y, lo que es peor, se vive de espaldas a los males que la Iglesia está llamada a combatir.

Nunca he entendido cómo el Vaticano habla de luchar contra la pobreza cuando pudiera repartir sus riquezas, o parte de ellas, a los necesitados. Así se lo hice saber al cura con el que me tocaba confesarme en el Instituto San Juan Bautista, a los 15 años, cuando le aseguré que no creía en la Iglesia Católica y que no volvería a confesarme más porque, al fin y al cabo, sólo le decía algunas tonterías. Contarle mis cosas a un cura que no me entendería no tenía sentido.

A pesar de mi distanciamiento, como siempre he estado en colegios católicos, mi relación con la Iglesia ha sido todo lo cercana que se puede. Además, por qué negarlo, siempre me he sentido atada de alguna forma a esa, la que fue mi casa.

Hoy, sin embargo, es uno de esos días en los que me pregunto si de verdad la Iglesia piensa en nosotros. A raíz del sometimiento a Profamilia, vuelve a ser evidente que el dogma es más importante que la vida de la gente. Es, como cuando se discutió el artículo 37 de la Constitución, una confirmación de que el atraso y el absurdo son hijos de la Iglesia.

No puede ser que en pleno siglo XXI la Iglesia nos siga diciendo que el uso de los anticonceptivos son un pecado y que, sin importar mi condición económica, me tengo que llenar de muchachitos si así lo quiere Dios. También que me condene, en caso de que me toque un patán, a quedarme con ese único amor con el que estoy obligada a concebir porque para eso está hecho el matrimonio.

No haré una apología al amor libre ni muchísimo menos pero es evidente que a mis cuarenta años esa idea de tener un solo novio con el que me casaré y tendré hijos para ser felices comiendo perdices no me va (comenzando porque es más fácil pensar en el último porque del primero hace tiempo ha... y terminando porque es irreal). ¿Cómo pedirle eso a alguien? Es como una condena: pase lo que pase, ahí te quedas.

Obviando ese punto, que toqué sólo porque a eso aspira la Iglesia, lo que me parece más difícil de aceptar es que la Iglesia quiera obligarnos a vivir y a hacer lo que ella entiende que es bueno. Y es que, aunque creo en el amor a conciencia y con reglas, nadie tiene derecho a decirme con quién, cómo, cuándo y dónde he de tener una relación. Jamás he cuestionado a nadie por ello, aunque esté en desacuerdo con muchísimas cosas.

Pero estar en pecado según la Iglesia no es que sea demasiado. En realidad el 99% de la población lo está. Todo el que ama sin casarse, el que ha usado anticonceptivos o cree seriamente en ellos lo está. Para ella, como es más fácil prohibir que enseñar, siempre estaremos mal.

Aunque me he desviado totalmente del tema original, convirtiendo esto en un desahogo personal (como de costumbre, lo siento), no puedo dejar de pensar en todos esos mensajes velados que la Iglesia nos da. Y es que, mientras somete a Profamilia por promover los derechos sexuales y reproductivos de los niños, niñas y adolescentes, calla en torno a los casos de pedofilia que han ocurrido en su propio seno. Tampoco habla de los casos de violencia doméstica ni fustiga a los infieles que lastiman a sus consortes y por demás, al no usar condones, les transmiten enfermedades sin reparar en ello.

Pensar en que todos llegamos/llegaremos/tuvimos que haber llegado al altar vestiditos de santos y sin haber probado el bocado insano es ridículo. Partir de la realidad siempre será mejor. Por tanto, con una humanidad que nunca será casta, se agradece que haya instituciones que promuevan un sexo responsable.

Aquí lo que está en juego es que, según la Iglesia, Profamilia promueve el que los menores tengan sexo. No se trata de eso. Profamilia reconoce que muchos lo tienen. No se pone una venda en los ojos, como la Iglesia, y les invita a usar condones para evitar enfermedades y embarazos no deseados. ¿Qué los menores no deben tener sexo porque no están preparados para ello? Estoy de acuerdo. Pero la verdad, no nos engañemos, es que a ellos les da un pimiento lo que nosotros pensemos y, en lugar de no mirar para allá, hay que educar a nuestros hijos en esos temas. Eso, sin embargo, también le molesta a la Iglesia.

Oponerse a la educación sexual se traduce en que el porcentaje de adolescentes embarazadas aumente (actualmente la tasa es de un 21%). No hay dudas en torno a que, proscribiendo el tema de los condones, sólo logramos que no haya prevención. Sí, sé que estás pensando en: ¿y cómo se le ocurre que los adolescentes tengan sexo? No se me ocurre a mí, sino a ellos. Motivarlos a que no lo hagan, por demás, también es parte de la educación sexual.

Sorprende además, en este terreno, que la Iglesia se escandalice por un afiche con un condón pero no haga nada contra el perreo y sus exponentes, cuyos bailes incitan muchísimo más al sexo.

Otro de los tópicos de la demanda tiene que ver con que no se respetó, según la Iglesia, el "derecho a la dignidad en el respeto" de los menores de edad que se usaron para la campaña. También condena el uso de su imagen pública.

Pasa, sin embargo, que los afiches son un grito de advertencia. Uno de ellos le dice claramente a los menores que no toleren el acoso; en otro se invita a los padres a educar sexualmente a los hijos y el tercero sostiene que debe permitirse la interrupción del embarazo en casos de violación, incesto o que peligre la vida de la madre. Los dos primeros afiches, creo, no necesitan más comentarios.

En torno al tercero, que es uno de los puntos nodales de la demanda ya que según la Iglesia "fomenta que se viole el derecho a la vida desde la concepción hasta la muerte, como lo establece la Carta Magna", es tremendo que sigan insistiendo en que mujer o una niña violada tiene que tener el producto de ese abuso. También es terrible que se condene a alguien a morir por preservar un embarazo (aunque el embarazo mismo también se perderá).

Hay un cuarto afiche. Aunque hablé un poco de él hace un momento, vuelvo a ese afiche porque he de reconocer que me molesta un poco. En él se ve a una madre sosteniendo un condón y a una joven abriendo la puerta de la que debe ser su habitación. El texto dice que "tienes derecho a disfrutar de relaciones sexuales independientemente de tu estado civil, sin miedo a embarazo o a infecciones de transmisión sexual"...

La interpretaciones de este último han sido muy variadas. Para la Iglesia, fomenta la desavenencia familiar entre padres e hijos. Estas desaveniencias, sin embargo, no habrían de existir si existe educación sexual y comunicación. Pero es que, como la Iglesia sólo prohíbe, entiende que las cosas se hacen como dice o vendrá el disgusto.

Ese afiche, honestamente, es el único de los cuatro que me rechina. Pueden llamarme conservadora pero eso de que "tienes derecho a disfrutar de relaciones sexuales independientemente del estado civil" puede interpretarse de maneras distintas: tener sexo aunque no estés casado o a pesar de estarlo. En el primer caso, si se es adulto, tenemos todo el derecho del mundo; en el segundo, aunque cada vida es un mundo, sólo con su pareja. La fidelidad, para mí, es mucho más que respetar el cuerpo: es ser honesto con la persona que amamos.

La imagen del afiche tampoco me convence. Una madre de espaldas con un condón en la mano, aparentemente encontrado en la habitación de la hija que va a entrar, ofrece un mensaje muy distinto al resto de la campaña en la que se invita a educar. Si educamos sexualmente a nuestros hijos, esta imagen no debe existir. Por otro lado, la chica se ve bastante joven, por lo que estaríamos diciendo que no importa la edad. Yo, sin embargo, preferiría subordinar a la edad lo del derecho a las relaciones sexuales (a pesar de que estoy consciente de que lo harán si es su decisión, hay edades en las que el sexo todavía no debe estar permitido).

De cualquier manera, aunque una parte de la campaña no me guste, me parece exagerado que la Iglesia haya decidido demandar. Colocarse de espaldas a lo que sucede, prohibiendo que se lleve un mensaje de prevención, es multiplicar los embarazos y las enfermedades de transmisión sexual.

Educar es un derecho constitucional. Por ello, me parece absurdo que la Iglesia quiera evitar que esto se haga. También es gracioso que la Iglesia diga que con la campaña Profamilia injiera en el hogar, algo que condena, cuando la Iglesia lleva siglos injiriendo en nuestras vidas.

Hoy nos toca decidir qué es más importante: las imposiciones de una iglesia enquistada en los cánones más tradiciones que nos quiere castrar hasta el pensamiento o brindarle a los jóvenes la información necesaria para preservar su vida y su futuro. La elección, para mí, está muy clara. A pesar de todo, yo apoyo a Profamilia.

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